miércoles, 24 de julio de 2013

Almitas de papel V





Dicen que ese día
los libros intercambiaron el final
las ventanas se convirtieron en salidas de emergencia de ojos y excusas
las  baldosas subieron su autoestima y no se dejaron pisar por nadie
la gente flotó
se descreyó de la ley de gravedad
la ley del más fuerte se hizo la ley del más flexible
toda estrella fue fugaz
toda azucar fue palpable
todo grito fue sagrado.
Dicen que ese día
los colibríes golpearon las persianas del sol
los árboles treparon
hasta usar de almohadas las nubes
y soñaron la tierra,
las alegrías destiñeron
sobre todos los recuerdos.
Los carteles recortaban y pegaban el paisaje
haciéndose estribillos de la ciudad
los sombreros hacían malabares
con los pensamientos
la plaza fue pista de aterrizaje
del infinito
el viento en las hojas
hizo el himno del invierno.
Saturno hizo sapito
con uno de sus satélites
en el Atlántico
y el eco, allanó el camino.
Por eso, lo cierto es que ese día
todo era lo que parecía.
Ella iba por la vereda del sol.
Él, por la de la sombra.
Y los vino a cruzar
la parte del amor
que se colorea en esa justa intersección.




domingo, 14 de julio de 2013



Lo nuestro no fue amor
fue un intercambio 
de barcos llenos de esclavos
que no tenían fuerzas para rebelarse.

martes, 2 de julio de 2013

Almitas de papel. II




Él, en cambio, desarmaba barquitos de papel para encastrar las letras de alguna otra manera, necesitaba desarmar las cosas en busca de una explicación que lo calmara.
Leía manuales, estudiaba formulas, sacaba el común denominador de todos los que habían conocido la felicidad, tomaba apuntes y hacía ecuaciones para nunca pasar por el triángulo de las bermudas.
Pero al rato se aburría, ponía las palabras en la turbina y la hacía girar tan rápido que las palabras salían disparadas y quedaban estampadas en la pared con formas de girasol , de casa con chimenea o de volante.
Lo  mágico es que todo se transformaba en algo imprevisible cuando se metía dentro de la mecánica de los barquitos. Los engranajes eran pedacitos de ideas viejas, fracasos reciclados, fotos gastadas de tanto andar.

Salía a navegar horas con la intención de  seguir un rumbo fijo, hasta que se daba cuenta que un coletazo de sirena había roto su timón, y que las olas habían transformado el papel en otra cosa, en una especie de alga camaleónica con el resto del paisaje.
Los peces que lo veían pasar le  bailaban un vals de un lado al otro del barco y se  alimentaban del oxígeno de la risa de sus ojos siguiendo la coreografía.
Él tarareaba una canción con una voz raspada de tocadiscos  en un idioma que inventaba en ese mismo momento, aunque siempre sospechaba del origen de las invenciones.
Decía no dejarse llevar pero el vértigo del  mar era mucho más fuerte que el control que él pensaba ejercer.
Y entonces se encontraba moviendo su cabeza al compás de las olas y los peces, y cada vez que se asombraba su esperanza se multiplicaba decenas de veces.
Había encallado varias noches en su afán de poner las cosas en el lugar que creía que iban, su empeño era un capricho infantil y dulce. Eso pasaba cuando él desplegaba las velas en contra del viento, tiraba el ancla en arenas  movedizas, hacía una burbuja que impedía entrar el aire, viciando su propio vapor, lloviéndose siempre sobre lo mismo,  y se asustaba hasta pensar que eso era el destino.
Solía cruzarse con barcos llenos de piratas compartiéndole sus tesoros que no eran más que monedas hechas de galletita y páginas arrancadas de libros viejos.
Los piratas no eran malos, la maldad era sólo una versión de los hechos, lo habían remolcado varias veces acunándolo cuando los supuestos buenos estaban muy ocupados en retener el cinturón de buenos frente al resto del mundo.
La  revelación se daba en ese segundo de estornudo, en que el mar hacía de él lo que quisiera, y ahí  por mucho que le costara admitirlo, sabía  que el mapa trazado sólo era una excusa para sentirse tranquilo, porque cuando entraba en  el agua, no había puerto a llegar que en el mismo viaje no se desarmara  por la sal del presente.

Entonces, diluyéndose,  él se transformaba en  el capitán de sus barcos de papel, subía de tripulación a todos sus monstruos y eran ellos quienes lo ayudaban a navegar el paisaje completo.