martes, 19 de marzo de 2013

Verdades supremas de pollo



Las papas fritas nunca son demasiadas, igual que las medialunas.
Todos alguna vez abrimos el paquete de una mentira,
nos lo comimos eterito
y lo dejamos en la góndola
como si nunca lo hubiéramos tocado
porque nos salía más barato
el autoengaño de hacer como si nada.
La fe es ese plato de palitos
que te traen con  la cerveza,
cuando llega la comida lo dejás de lado
pero cuando se termina,
estás picando otra vez  lo que quedo en el platito .
El nesquik  nos cagó la vida
porque ahí  la felicidad se posponía:
si no lo agitabas y primero te tomabas toda la leche
después sólo quedaba el éxtasis 
de comerse  el chocolate a cucharadas.
Bueno, en la vida nunca llega
el momento del chocolate a cucharadas,
acá es más bien cuestión de distribución y agite.
La tierra firme no existe,
es un invento de las concesionarias de autos,
no nos movemos más
que en una sucesión
de cuerdas flojas.
Las tostadas siempre caen del lado del dulce,
las mujeres no.
Vino tinto y vino blanco es  mezcla.
Alcohol y resentimiento no es mezcla,
es resaca.
Entre una verdad y una suprema de pollo
elegí siempre la suprema de pollo
porque al menos alimenta otra cosa que no es el ego.


Caminito




Crucé océanos de tiempo para encontrarte.
Caminé desiertos rodeada de gente.
Aprendí rutas. Las desaprendí.
Cambié los puntos cardinales de tu mapa.
Desarmé constelaciones y  las repartí de vuelta.
Inventé nuevos nombres.
Magneticé tu brújula.        
Soborné a tu ángel.
Señalicé la pista de aterrizaje de mis miedos.
Olvidé todo el lenguaje conocido.
Aprendí a escuchar tus manos.
Nací miles de veces con cada uno de tus sí.
Te encontré.
Y haría la odisea las veces que sean necesarias
para encontrarte todos los días en la orilla de mi cuerpo.